Cuando pensamos en ultraprocesados solemos imaginar azúcar, grasas, calorías… pero rara vez los relacionamos con algo tan básico como la respiración de nuestros hijos. Sin embargo, cada vez más estudios muestran que estos productos —bollería, refrescos, snacks, cereales muy azucarados o embutidos procesados— pueden influir en cómo duermen, cómo respiran y cómo se recuperan de infecciones.
Para entender este vínculo, hablamos con Sandra Vañes, directora médica de Linde Médica, que nos lanza un mensaje muy claro: “Cuidar lo que comen nuestros hijos es también cuidar cómo respiran hoy… y cómo respirarán mañana.”
La Dra. Sandra Vañes recuerda que la alimentación es un factor clave en la función respiratoria infantil, especialmente en niños con patologías previas o con sistemas inmunitarios más inmaduros. Su experiencia clínica le permite ver de primera mano cómo determinados hábitos alimentarios pueden repercutir en la salud respiratoria de los más pequeños.
Y la evidencia científica apunta en la misma dirección. Un estudio español realizado con más de 500 menores encontró que los niños con un alto consumo de alimentos ultraprocesados tenían un 87 % más de riesgo de padecer enfermedades respiratorias sibilantes, como bronquitis recurrente o episodios de sibilancias de repetición, en comparación con aquellos que apenas los consumían (Moreno-Galarraga et al., 2021). Este tipo de hallazgos refuerza la idea de que la dieta no solo influye en el peso o la salud metabólica, sino también en la capacidad pulmonar y en la calidad respiratoria durante la infancia.
Por qué los ultraprocesados afectan más de lo que pensamos
Los ultraprocesados no solo llenan mucho y nutren poco. También favorecen dos procesos que sí preocupan a pediatras y neumólogos: la inflamación y el exceso de peso. “Este tipo de productos desplazan a los alimentos que realmente importan para el crecimiento”, explica Sandra Vañes.
Ese desequilibrio puede afectar a la salud respiratoria porque:
- aumenta la inflamación de bajo grado;
- empeora la función pulmonar;
- favorece la obesidad, que es un factor de riesgo para asma y apnea;
- altera la microbiota, clave para la inmunidad.
Nada de esto sucede de un día para otro. Pero sí ocurre cuando los ultraprocesados aparecen cada día en la merienda o el desayuno.
Adolescentes y snacks: una combinación que deja huella
La adolescencia es una etapa en la que los hábitos se hacen fuertes. “Si un adolescente basa su alimentación en snacks, dulces y bebidas azucaradas, está creando un terreno inflamatorio que puede acompañarle en la edad adulta”, advierte Vañes.
Los estudios muestran que las personas que toman más ultraprocesados en la adolescencia tienen más riesgo de padecer enfermedades respiratorias crónicas años después. Es decir: lo que comen hoy influirá en cómo respirarán mañana.

Apnea infantil: los signos que no debemos ignorar
Muchos padres piensan que su hijo simplemente “ronca mucho”, pero el ronquido fuerte y habitual es la señal más clara de que puede haber apnea del sueño.
Vañes señala las señales que conviene vigilar:
- pausas respiratorias;
- respiración con esfuerzo;
- sudoración o posturas raras al dormir;
- respiración bucal;
- despertares frecuentes o sueño inquieto.
“Estos signos deben vigilarse aún más en niños con sobrepeso o con amígdalas grandes”, explica.
Durante el día, la apnea puede generar cansancio, irritabilidad, hiperactividad, dolor de cabeza por la mañana o problemas de atención. A veces se diagnostican como dificultades de conducta cuando el verdadero problema está en la respiración nocturna.
Qué pueden hacer las familias: cambios reales y sin dramas
La buena noticia es que no hace falta vaciar la despensa ni prohibirlo todo. Pequeños cambios sostenidos funcionan mucho mejor:
- sustituir refrescos por agua;
- ofrecer fruta o yogur natural en lugar de bollería;
- reservar los ultraprocesados para momentos especiales;
- estructurar las comidas y planificar las meriendas;
- comer en familia siempre que se pueda.
“La clave está en cambiar el patrón, no en prohibir. Y recordar que los niños comen lo que ven comer”, insiste Sandra Vañes.
Los alimentos de la dieta mediterránea —verduras, frutas, legumbres, pescado, cereales integrales, aceite de oliva— aportan antioxidantes y fibra que ayudan a bajar la inflamación y mejorar la función respiratoria. “En niños con asma o apnea, este patrón alimentario refuerza mucho el tratamiento médico”, añade.

¿Cuándo se notan los cambios?
Las mejoras suelen llegar antes de lo que creemos. “En pocas semanas, muchas familias notan más energía y mejor descanso”, explica Vañes. En los casos en los que la apnea está asociada al exceso de peso, el progreso aparece tras unos meses de constancia. “La alimentación no sustituye al tratamiento, pero sí lo potencia”, recuerda.
Los colegios también tienen un papel importante: comedores coherentes, menos ultraprocesados y más alimentos frescos. Y cada vez más centros están alineándose con esta idea.
Un mensaje para llevarse a casa
Si Sandra Vañes tuviera que quedarse solo con una frase, sería esta: “La alimentación no es un factor secundario. Cuidar lo que comen es también cuidar cómo respiran.”
Referencias
- Moreno-Galarraga, L., Martín-Álvarez, I., Fernández-Montero, A., Santos Rocha, B., Ciriza Barea, E., & Martín-Calvo, N. (2021). Consumo de productos ultraprocesados y enfermedades respiratorias sibilantes en niños: Proyecto SENDO. Anales de Pediatría, 94(1), 18–25. https://doi.org/10.1016/j.anpedi.2020.05.021