A menudo decimos a los niños que “piensen antes de hablar”, pero pocas veces les enseñamos cómo hacerlo. Es más, no siempre los adultos tomamos este consejo para aplicarlo con nosotros mismos. Pues bien, ya en 1980, hace casi medio siglo, el filósofo estadounidense Matthew Lipman planteó en su proyecto Filosofía para niños una idea que sigue sonando contemporánea 46 años después: educar el pensamiento no solo para razonar mejor, sino para convivir mejor. Su propuesta, conocida como pensamiento cuidadoso (caring thinking), defiende que el aprendizaje no se limita a la lógica o la creatividad, sino también a la empatía, la prudencia y la responsabilidad hacia los demás. Y por ello, esta filosofía, trasladada a la crianza de los hijos, se sostiene en un hábito: enseñar a los peques a asumir la responsabilidad de las potenciales consecuencias que tiene lo que dicen.
Esta reflexión de Matthew Lipman ha vuelto a ponerse sobre la mesa recientemente gracias al filósofo José Carlos Ruiz, que en su intervención en La Ventana de la Cadena SER puso sobre la mesa el concepto de pensamiento cuidadoso desarrollo por el filósofo norteamericano en 1980.
En su intervención, Ruiz defendió que “el niño tiene que saber desde pequeño que es responsable de cómo impactan sus palabras en el otro”. Además, parafraseando a Lipman, añadió que “al niño desde pequeño tienes que enseñarle a que cuando vaya a decir algo se haga también responsable de las posibles consecuencias en el otro”.
Es a priori una idea sencilla, pero muy poderosa y no tan fácil de llevar a cabo, porque se trata de un hábito que los padres deben fomentar gota a gota, paso a paso, desde que sus hijos e hijas son muy pequeños, con un nivel de constancia que no siempre se tiene o se puede tener.
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La importancia del pensamiento cuidadoso
Matthew Lipman impulsó Filosofía para niños en los años 70 y 80, una metodología para fomentar el pensamiento crítico, creativo y cuidadoso a través del diálogo en el aula y en casa. Su objetivo era ayudar a los niños a pensar mejor, pero también a pensar con otros: desarrollar una mente reflexiva y a la vez sensible al entorno.
El pensamiento cuidadoso (o caring thinking) es la tercera pata de ese trípode educativo. Lipman entendía que la inteligencia humana no puede reducirse al razonamiento lógico. También debe incluir la empatía, el respeto y la consideración hacia los demás. En palabras del propio autor, educar el pensamiento cuidadoso es formar ciudadanos conscientes del efecto que sus palabras, juicios y decisiones tienen sobre los otros.
Aplicado a la crianza, esto significa que cuando un niño o niña expresa algo hiriente o despectivo, no basta con corregirlo o pedirle que pida perdón. Es más, está más que demostrado que exigir un perdón a niños o niñas que no entienden por qué tienen que pedirlo no sirve para nada. Y menos si no pedimos perdón a los hijos cuando toca para dar ejemplo.
Lo que propone Lipman, aplicado a la crianza, es ayudar a los peques a entender por qué sus palabras han dolido o pueden doler, qué parte de su intención o desconocimiento ha generado ese daño y cómo podría expresarse de otra manera. Es enseñar a ser responsables no solo de lo que decimos, sino de cómo lo decimos y de lo que provocamos con ello.

Educar en responsabilidad emocional desde la palabra
En la práctica, el pensamiento cuidadoso puede empezar en los pequeños gestos del día a día: en cómo resolvemos un conflicto entre hermanos, cómo reaccionamos ante un insulto en el patio o cómo escuchamos a un amigo que se siente mal. Cada una de esas situaciones es una oportunidad para enseñar que las palabras construyen o destruyen vínculos.
Cuando Lipman insiste en la responsabilidad del niño o niña sobre el impacto de sus palabras, no está hablando de culpa, sino de conciencia. Educar en conciencia es ayudar a los niños a poner nombre a lo que sienten y a reconocer las emociones que despiertan en los demás. Y para eso, los adultos también necesitamos practicar lo que el filósofo norteamericano llamaba comunidades de investigación: espacios de diálogo colaborativo donde se conversa, se duda, se matiza y se aprende a escuchar. No me digas que no suena actual también este concepto...
Aunque es el aula donde se pueden aplicar muy bien los conceptos de la Filosofía para niños de Lipman, el pensamiento cuidado empieza a desarrollarse en casa. No como un discurso abstracto, sino en el tono con el que hablamos, en cómo reparamos el daño o en cómo pedimos perdón. Cuando los niños crecen en un entorno donde la palabra se usa con cuidado aprenden que pensar antes de hablar no es censurarse, sino cuidar al otro.

De la teoría a la vida cotidiana
Practicar el pensamiento cuidadoso con nuestros hijos no requiere grandes manuales filosóficos, sino coherencia, presencia... y constancia. Algunas ideas concretas que pueden ayudaros en este proceso son las siguientes:
- Nombrar lo que sentimos y lo que vemos. “Me ha dolido lo que has dicho” por el motivo que sea ayuda más que un simple “eso no se dice”.
- Preguntar antes de juzgar. “¿Qué creías que podía sentir tu amigo al oír eso?”. Abre un diálogo en lugar de imponer una norma.
- Modelar con el ejemplo. Si los adultos pedimos perdón con naturalidad, los niños aprenden que hacerlo no debilita, sino que repara.
- Celebrar la palabra amable. Reconocer cuando los niños consuelan, ayudan o corrigen con respeto refuerza la empatía y la cooperación.
En un mundo acelerado como el actual, el mensaje de Matthew Lipman cobra más sentido que nunca. Enseñar a los niños y niñas a pensar con cuidado no es solo una cuestión moral, sino una herramienta esencial para la convivencia y la salud emocional.
Como padres y madres, podemos recordarles que cada palabra deja huella, y que aprender a cuidar lo que decimos es también una forma de cuidar a los demás y de construir relaciones más empáticas, justas y humanas.

Referencias
- Matthew Lipman. Philosophy in the Classroom, 1980. Obra fundacional del programa Philosophy for Children.